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Por Helena Isérn Herrera 

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Queridos hermanos,

Hoy, 28 de Febrero de 2014, se cumplen cien años del nacimiento de nuestro papá Antonio Ysérn Lanzos. Sucedía en el Madrid genuino —más exactamente en la Calle Calatrava— que no hace mucho tiempo tuve la suerte de visitar tratando de imaginar la ciudad de aquella época que le tocó vivir a él. A pesar de estar en pleno centro de esa hermosa ciudad, donde impera el bullicio y la gente moviéndose de un lado para otro, la calle Calatrava es una calle relativamente tranquila que desemboca en una de esas grandes arterias de Madrid donde los cafés y bares, con sus olores inconfundibles a aceite de oliva, jamones, chorizos y tortillas, hacen inconfundible a ese país. Allí vivimos parte de nuestra infancia y cada vez que vuelvo experimento el mismo placer de volver  y reencontrar nuestros orígenes. Al final es una de nuestras dos mitades. Hace ya dieciséis años que vivo en Francia y justo antes pasamos tres años allá, con Gisela pequeñita, por lo cual los lazos con esa ciudad se hicieron más estrechos. Además pudimos compartir un poco con la familia Ysérn-Barba (el tío Agustín, la tía Carmen, Agustín primo y su familia, Copi y familia), lo cual permitió recordar muchas cosas comunes y conocer otras relativas a esta familia del otro lado del Atlántico.

Siempre pensé que a nuestro papá le tocó una vida particular y difícil, aún cuando logró mucho, o todo a lo que quizás aspiró. Siendo una persona bastante austera en asuntos materiales, creo que, por el contrario, tenía grandes pretensiones intelectuales y ambas cosas son las que tal vez más admiré en su persona. Si vida transcurrió entre las guerras más sangrientas que ha vivido Europa: nació el mismo año en que comenzó la primera guerra mundial, en la que la cantidad de víctimas que hubo dejó una gran huella en todo el continente —del orden de nueve millones de muertos y desaparecidos, y veinte millones de heridos, de los aproximadamente sesenta millones de soldados que participaron—. Fue una guerra sin precedentes por este gran número de afectados y también por la cantidad de países implicados. Luego, sin siquiera imaginarlo, se vio involucrado en la espantosa guerra civil española, cuando por cosas del destino y con sólo veintidós años estaba haciendo el servicio militar. Apenas terminada esta tragedia fratricida en España, dejando del orden de un millón de víctimas y a España en un estado de destrucción y hambre extremo, empezó la segunda guerra mundial que acabaría con gran parte de Europa de nuevo con el uso de armas inéditas y todas las consecuencias que trajo y que bien conocemos. Sin duda todos estos conflictos bélicos marcaron su historia y su personalidad, aunque hablaba muy poco de ello.

De su infancia tengo muy pocas referencias, pero conozco una anécdota que me contó el tío Agustín durante una de mis visitas a Madrid. Un día lunes por la mañana cuando su mamá  estaba vistiendo a los tres hermanos para ir al colegio dijo: —yo no quiero ir al cole. Su mamá le preguntó el por qué. Él respondió: —porque empujan. El comentario del tío fue: ese era tu padre. Solamente tenía seis años y para mi esta ha sido siempre una fotografía de mi papá. Nunca le gustaron las masas de gente, los tumultos, el ruido. Prefería los individuos. Algunos.

Durante los tiempos revueltos de los que hablaba y que le tocó vivir tuvo que ir junto a su hermano mayor Augusto a un colegio interno en las afueras de Madrid. Más tarde entró en la Universidad (la Complutense, creo) para estudiar ciencias físicas y matemáticas, materias que lo apasionaban, pues hasta los últimos momentos de su vida siempre tenía cerca algún libro, alguna revista, alguna reseña, relacionadas con la vida científica o técnica y la filosofía. Por supuesto aquí está el origen de su influencia en lo que más tarde me haría optar por mis estudios de física. Por esa razón hace ya muchos años dediqué mi tesis doctoral a su memoria, pues no tuve la suerte de mostrársela antes de que falleciese.

Tras tantos conflictos y dada la grave situación de miseria y desolación en España tomó una decisión trascendente en su vida que fue la de montarse en un buque de carga con su amigo Alvarito para probar suerte en “América”. Este término lo usan todavía en España adecuadamente y sin distinciones para todo el continente. Así pues, para nuestra familia en España, nosotros somos la familia americana. No sé exactamente la fecha de llegada, pero calculo que fue a finales de la década del ’40 o principios de la del ’50. El barco atracó en el puerto de La Guaira y por cosas del azar conoció a Helena Cecilia el mismo día de su llegada, como ella contaba siempre. Supongo que ella estaría pasando unos días en la costa y allí se dio el encuentro. Aunque parece que no fue fácil, fue definitivo, pues a finales del año 1953 se casaban en Caracas cuando ambas familias no contaban con ello. A partir de ahí sí que hay muchas historias gracias a mi mamá, que sí se tomó el tiempo de decírnoslas. De los primeros años en Venezuela conservo un álbum de fotos en blanco y negro (excelentes todas) en la que se respira el ambiente tropical que seguramente tanto lo impresionó a su llegada a este país tan diferente. De este encuentro con el trópico y con nuestra mamá surgimos y aquí estamos.

Ustedes por allá y yo por aquí. Pienso que de alguna manera yo he llevado una vida como la suya, pero al revés.

Llevo en mi memoria el último momento en que lo vi, en el umbral de la puerta de nuestra casa en Chuao, en Enero de 1989 días antes del Caracazo, del cual se conmemoraron ayer ya veinticinco años, cuando yo regresaba a Alemania donde vivía en ese momento. Quisiera que este fuese un homenaje a nuestro padre a quien en vida tanto admiré y tras su muerte tanto recordé un siglo después de su nacimiento y un cuarto de siglo tras su muerte.

Un fuerte abrazo,

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