Día salida: Martes 5 de diciembre de 2017
Salimos a las 6 a.m. de casa de Julián. El safety car duerme allí. Julián coordina con Alejandro.
Día de regreso: Domingo 10 de diciembre de 2017

Integrantes: Klaus, Julián, Antonio, Aníbal y Augusto. Pendientes: Alfredo y Augusto Jr en DR.
Safety Car: Alejandro y el hijo.

Ruta: La indicada en amarillo.

Hoteles

  1. Upata (AU)
  2. Yuruaní (AU)
  3. Chivatón (AU)
  4. Puerto Ordaz (K)

Gasolina:

  1. Puerto Píritu-El Tigre- Puerto Ordaz
  2. Upata-Tumeremo-Kamoirán
  3. Kamoirán
  4. Día 5 Kamoirán-Tumeremo
  5. Dia 6 Puerto Ordaz-El Tigre-Puerto Píritu

Comidas

  1. Salimos desayunados. Almorzamos en El Tigre. Cenamos en Upata
  2. Desayuno en Upata. Almuerzo en Luepa Sandwich de exquisiteces. Cena parrilla en Yuruaní.
  3. Desayuno en Yuruaní. Almuerzo y cena en Chivatón.
  4. Desayuno y cena en Chivatón. Almuerzo en la vía.
  5. Desayuno en Chivatón. Almuerzo en la vía. Cena Hotel Puerto Ordaz.
  6. Desayuno Hotel Puerto Ordaz. Almuerzo Puerto la Cruz.

Bebidas:

  1. 1 frasco por persona
  2. 5 cajas de cerveza (AU*2)(K*2)(J)
  3. 4*5 L Agua

Comida

  1. Julián compra para la parrilla y comida de camino

Equipo

  1. Planta eléctrica y extensión (K)
  2. Chinchorro/hamaca+mosquitero o carpa (TODOS)
  3. Instalación eléctrica. Verificar con Alfredo.
  4. 3 Cavas (AU)(AN)(K)

Ropa

  1. Indumentaria de moto estándar. De día calor y probabilidad de lluvia.
  2. 2 pares de botas y guantes deseable.
  3. De noche en los campamentos fresco hacia frío.

Repuestos

  1. 2 Bujías. Necesario comprar o llevar usadas (TODOS)
  2. Caucho delantero y trasero (J)
  3. Tripa delantera y trasera (J)(K)
  4. By pass de galleta (K) Galleta (AL)
  5. 2 gusanillos (K)(J)
  6. Bombillo frontal (K)
  7. Compresor (AN)
  8. Inflador (K)
  9. 4 kit de reparación cauchos (Au)(AN)(K)(J)
  10. Foam (J)
  11. Caja de herramientas BMW (AL)
  12. Caja de herramientas normal (AN)
  13. Rache cambio rueda delantera (J)
  14. Llave de cruz trasera (J)
  15. Juego de cables (K)
  16. 2 cinchas (J)(K)
  17. Liga de frenos (J)
  18. 1 L aceite semisintético (K)
  19. 2 L aceite mineral (AU)
  20. Primeros auxilios (J)
  21. Batería (K)
  22. 2 palancas cambio de cauchos (???)
  23. Primeros auxilios (J)
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Por Helena Isérn Herrera 

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Queridos hermanos,

Hoy, 28 de Febrero de 2014, se cumplen cien años del nacimiento de nuestro papá Antonio Ysérn Lanzos. Sucedía en el Madrid genuino —más exactamente en la Calle Calatrava— que no hace mucho tiempo tuve la suerte de visitar tratando de imaginar la ciudad de aquella época que le tocó vivir a él. A pesar de estar en pleno centro de esa hermosa ciudad, donde impera el bullicio y la gente moviéndose de un lado para otro, la calle Calatrava es una calle relativamente tranquila que desemboca en una de esas grandes arterias de Madrid donde los cafés y bares, con sus olores inconfundibles a aceite de oliva, jamones, chorizos y tortillas, hacen inconfundible a ese país. Allí vivimos parte de nuestra infancia y cada vez que vuelvo experimento el mismo placer de volver  y reencontrar nuestros orígenes. Al final es una de nuestras dos mitades. Hace ya dieciséis años que vivo en Francia y justo antes pasamos tres años allá, con Gisela pequeñita, por lo cual los lazos con esa ciudad se hicieron más estrechos. Además pudimos compartir un poco con la familia Ysérn-Barba (el tío Agustín, la tía Carmen, Agustín primo y su familia, Copi y familia), lo cual permitió recordar muchas cosas comunes y conocer otras relativas a esta familia del otro lado del Atlántico.

Siempre pensé que a nuestro papá le tocó una vida particular y difícil, aún cuando logró mucho, o todo a lo que quizás aspiró. Siendo una persona bastante austera en asuntos materiales, creo que, por el contrario, tenía grandes pretensiones intelectuales y ambas cosas son las que tal vez más admiré en su persona. Si vida transcurrió entre las guerras más sangrientas que ha vivido Europa: nació el mismo año en que comenzó la primera guerra mundial, en la que la cantidad de víctimas que hubo dejó una gran huella en todo el continente —del orden de nueve millones de muertos y desaparecidos, y veinte millones de heridos, de los aproximadamente sesenta millones de soldados que participaron—. Fue una guerra sin precedentes por este gran número de afectados y también por la cantidad de países implicados. Luego, sin siquiera imaginarlo, se vio involucrado en la espantosa guerra civil española, cuando por cosas del destino y con sólo veintidós años estaba haciendo el servicio militar. Apenas terminada esta tragedia fratricida en España, dejando del orden de un millón de víctimas y a España en un estado de destrucción y hambre extremo, empezó la segunda guerra mundial que acabaría con gran parte de Europa de nuevo con el uso de armas inéditas y todas las consecuencias que trajo y que bien conocemos. Sin duda todos estos conflictos bélicos marcaron su historia y su personalidad, aunque hablaba muy poco de ello.

De su infancia tengo muy pocas referencias, pero conozco una anécdota que me contó el tío Agustín durante una de mis visitas a Madrid. Un día lunes por la mañana cuando su mamá  estaba vistiendo a los tres hermanos para ir al colegio dijo: —yo no quiero ir al cole. Su mamá le preguntó el por qué. Él respondió: —porque empujan. El comentario del tío fue: ese era tu padre. Solamente tenía seis años y para mi esta ha sido siempre una fotografía de mi papá. Nunca le gustaron las masas de gente, los tumultos, el ruido. Prefería los individuos. Algunos.

Durante los tiempos revueltos de los que hablaba y que le tocó vivir tuvo que ir junto a su hermano mayor Augusto a un colegio interno en las afueras de Madrid. Más tarde entró en la Universidad (la Complutense, creo) para estudiar ciencias físicas y matemáticas, materias que lo apasionaban, pues hasta los últimos momentos de su vida siempre tenía cerca algún libro, alguna revista, alguna reseña, relacionadas con la vida científica o técnica y la filosofía. Por supuesto aquí está el origen de su influencia en lo que más tarde me haría optar por mis estudios de física. Por esa razón hace ya muchos años dediqué mi tesis doctoral a su memoria, pues no tuve la suerte de mostrársela antes de que falleciese.

Tras tantos conflictos y dada la grave situación de miseria y desolación en España tomó una decisión trascendente en su vida que fue la de montarse en un buque de carga con su amigo Alvarito para probar suerte en “América”. Este término lo usan todavía en España adecuadamente y sin distinciones para todo el continente. Así pues, para nuestra familia en España, nosotros somos la familia americana. No sé exactamente la fecha de llegada, pero calculo que fue a finales de la década del ’40 o principios de la del ’50. El barco atracó en el puerto de La Guaira y por cosas del azar conoció a Helena Cecilia el mismo día de su llegada, como ella contaba siempre. Supongo que ella estaría pasando unos días en la costa y allí se dio el encuentro. Aunque parece que no fue fácil, fue definitivo, pues a finales del año 1953 se casaban en Caracas cuando ambas familias no contaban con ello. A partir de ahí sí que hay muchas historias gracias a mi mamá, que sí se tomó el tiempo de decírnoslas. De los primeros años en Venezuela conservo un álbum de fotos en blanco y negro (excelentes todas) en la que se respira el ambiente tropical que seguramente tanto lo impresionó a su llegada a este país tan diferente. De este encuentro con el trópico y con nuestra mamá surgimos y aquí estamos.

Ustedes por allá y yo por aquí. Pienso que de alguna manera yo he llevado una vida como la suya, pero al revés.

Llevo en mi memoria el último momento en que lo vi, en el umbral de la puerta de nuestra casa en Chuao, en Enero de 1989 días antes del Caracazo, del cual se conmemoraron ayer ya veinticinco años, cuando yo regresaba a Alemania donde vivía en ese momento. Quisiera que este fuese un homenaje a nuestro padre a quien en vida tanto admiré y tras su muerte tanto recordé un siglo después de su nacimiento y un cuarto de siglo tras su muerte.

Un fuerte abrazo,

Por Helena Isérn Herrera

Queridos hermanos,

Y ahora llega la hora de conmemorar los cien años del nacimiento de nuestra madre Helena Cecilia Herrera Ramella. Sucedió el día veintiuno de Marzo de 1917, año singular en la historia del mundo en el que en medio de la primera y excesivamente sangrienta guerra mundial (a la que me refería en la memoria de los cien años del nacimiento de nuestro padre) tuvo lugar la revolución bolchevique en la mísera y debilitada Rusia imperial, dando paso a una experiencia política inédita empezando el siglo XX. Sería en 1917 y lejos de allí, en Caracas, nacía la niña menor de tres hermanos: Alfredo, Humberto y Helena Cecilia eran los hijos de Mariano Herrera Tovar y de Helena Ramella Vegas — la bien conocida e inolvidable Mamelena—. En realidad hubiesen sido cuatro hermanos, pero el mayor, de nombre Gonzalo, falleció cuando apenas tenía un año víctima de la llamada enfermedad azul, dejando en un profundo desconsuelo a esos padres jóvenes que apenas empezaban una vida de familia. El destino los alivió entonces con la llegada de los otros hijos, la cual no se hizo esperar. Esta secuencia de ‘dos niños y una niña, en ese orden’ se repetiría más tarde como un azar del destino en la familia de Helena Cecilia y Antonio: justamente nosotros tres.

Evocaría entonces los comienzos de su vida en la Caracas de los techos rojos, de casas coloniales con patios internos llenos de helechos y flores tropicales, de vecindades en estrecha relación en la que ‘todo el mundo’ se conocía y en medio de una familia acomodada de la época. Sus primeros dos años transcurrieron sin mayores eventos hasta que la muerte repentina de su papá de una insuficiencia cardíaca, modificaría para siempre el rumbo de la familia. Mamelena, con apenas treinta y dos años, tuvo que afrontar no sólo la gestión económica de las posesiones de la familia, sino la inmensa tristeza y vacío que le dejó esta desaparición repentina, y que a su vez la dejaba frente a un desafío inesperado y sin la persona que más significaba para ella y para sus hijos aún pequeños. Así lo hizo saber vistiéndose de luto durante más de ¡cincuenta años! Sin otra posibilidad tomó las riendas de su joven familia y arreó hasta sus ochenta y tres años con la tenacidad reconocida de las hermanas Ramella. Helena Cecilia por su parte, siempre lamentaría no haber podido conocer a su padre y se preguntaría cómo hubiese sido su vida si él formara parte de ella. Las innumerables referencias que Mamelena le daría durante toda su existencia colmarían de alguna manera esta importante ausencia.

Su padre era ingeniero de profesión, pero se ocupaba también de la hacienda “El Conde”, importante extensión de tierras en el Estado Aragua que estuvo en manos de la familia Tovar (la familia de su mamá) desde finales del siglo XVIII y hasta finales del XX. Era la hacienda familiar y para todos era no solamente el medio de subsistencia, sino también y en todo el sentido de su significado, era su casa. Los recuerdos de Helena Cecilia siempre estuvieron ligados a este fantástico lugar. La expropiación de estos bienes durante los años setenta significó un golpe significativo para hijos y nietos del cual sería difícil reponerse.

Sus hermanos eran bastante mayores que ella —nueve y ocho años mayor, respectivamente— y tanto Alfredo como Humberto estaban terminando sus estudios de bachillerato cuando ella tenía apenas ocho años. Es cuando Mamelena decide ofrecerles un futuro más ambicioso, llevándoselos a hacer sus estudios superiores en París, incluyendo a los primos hermanos Herrera Umérez. La vida parisina era un tanto revuelta para la época (eran los turbulentos años veinte) y el control de estos cuatro jóvenes se le hacía muy difícil fuera de los cursos de francés a los que estaban inscritos, asignatura indispensable para continuar los estudios en la universidad. Optó entonces por llevárselos a otro país de habla francesa con menos acceso a tanta fiesta y escogió la capital belga, Bruselas. Otra casualidad del destino llevó a mi Gisela a hacer sus estudios de máster en ese mismo país —un año en Louvain-la-Neuve y otro en Bruselas— y desde 2013 está instalada allí, en el lugar donde su abuela pasó tantos años. Sin mucho éxito tratamos de buscar el colegio de Sacre Coeur, en esa ciudad y donde estudió los últimos años de la escuela primaria y

primeros de secundaria. Sin darnos por vencidas, continuaremos la búsqueda. No sé exactamente cuántos años estuvieron en Bruselas, pero usando la referencia de los estudios de ingeniero del tío Alfredo, serían al menos cinco. El acecho de la guerra en Europa en los años treinta se hizo inminente y es cuando decidieron regresar a Venezuela. Cuando llegó a Bruselas, Helena Cecilia tenía solamente algunos conocimientos rudimentarios de francés, pero al poco tiempo lo dominaba tan bien como su lengua materna y lo practicaba en la más inesperada ocasión. Tengo que de decir que cuando vinimos a vivir a Francia en 1997 —hace justamente veinte años— y empecé a estudiar francés descubría constantemente ciertas expresiones o palabras que siempre le escuché a mi mamá y que por lo tanto me eran completamente familiares. También recuerdo las conversaciones entre ella y Mamelena en francés, cuando no querían que nos enteráramos de lo que estaban hablando. Durante esa época bruxelloise ella evocaba sus recuerdos atravesando la ciudad en tranvía para ir a su colegio acompañada por Tita —su cuidadora y mano derecha de Mamelena— y en un lugar donde la lluvia predominaba la mayor parte del tiempo, sobre todo en invierno. Por razones obvias nuestras visitas a Bruselas se han incrementado últimamente y por suerte casi siempre nos ha tocado buen tiempo. Además, dadas las dimensiones de ese país, hemos descubierto otras hermosas ciudades en Bélgica como Gand, Leuven, Anvers o Bruges y su infinita variedad de cervezas.

Como mujer y en los tiempos que le tocó vivir no tuvo la oportunidad de hacer estudios superiores, ya que en esa época no se estilaba que las mujeres accedieran a los estudios universitarios. Sin embargo, siempre se interesó por las artes en general y por la literatura y la música en particular. Sí, Helena Cecilia disfrutaba hasta el éxtasis los conciertos de Chopin, Beethoven, Bach o Strauss. En el arte lírico se sabía de memoria las arias más conocidas de las óperas de Mozart, Verdi, Rossini y Stravisnki, entre otras. Tenía un gran conocimiento de los mejores intérpretes y orquestas musicales del mundo entero y en su juventud tuvo la suerte de visitar las salas más prestigiosas, especialmente en Europa. En cuanto a la literatura, fue una lectora incansable y al ser bilingüe español/francés devoraba los buenos libros en ambos idiomas casi hasta el final de su vida. Esa es quizás la herencia más importante que me dejó nuestra mamá: el amor por la lectura. Disfruto profundamente la buena literatura.

Además, le gustaba mucho viajar. Su vida estuvo marcada por la cantidad de viajes que tuvo la suerte de hacer. Cuando era aún muy joven aprendió a manejar, en unos tiempos en los que las mujeres no se atrevían mucho a hacerlo. En este ámbito fue una pionera en Venezuela y quizás en el mundo. Así, en los años cuarenta se aventuró a ir con Mamelena a los Estados Unidos empezando por Nueva York, donde alquilaron o compraron un carro para atravesar parte del territorio norte-americano en una época bastante interesante para hacerlo (sobre todo dos mujeres solas o quizás tres, con Tita). La experiencia ha debido ser fascinante. Luego regresó muchas veces a Europa y evidentemente a España tras la relación con nuestro papá: le encantó este país que la acogió con los brazos abiertos como sólo los españoles saben hacer, con su comida, su cultura y su vida jovial “hasta las tantas”.

Nos enseñaron muchas cosas nuestros padres. Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi vida es cuando mi mamá me enseñó a tejer. Tendría yo solamente cuatro o cinco años cuando con toda su paciencia me transmitió una de sus pasiones. Empezó mostrándome el crochet y poco después el tejido con dos agujas. Al principio y sobre todo a esa edad era un desafío —mis manos quedaban empapadas de sudor después de unos cuantos puntos—. Con su amor y paciencia, insisto, logré hacerlo y aún es una actividad que me encanta y me libera en una especie de catarsis. Tejió muchos sweaters para nosotros cuando éramos niños, manteles, cubre-camas y hasta la ropa interior para el día de mi primera comunión en Fuengirola. Allí la veo en el jardín de la casa ‘La Veleta’, sentada en una silla escuálida, persiguiendo los rayos del sol con su tejido en la mano. Época mágica de nuestra vida esta de Fuengirola en la cálida Andalucía y cerca del mar. De su tejido y paciencia conservo un mantel precioso que le llevó varios meses de trabajo y tarea continua para terminarlo. Forzosamente mi infancia está íntimamente ligada a ella, pues fuera de los tiempos en el colegio pasaba mi vida en su compañía.

Ahora tendría que destacar su amor por el chocolate. Era una relación a la vez de placer y embriaguez la que tenía Helena Cecilia con este manjar. ¿Vendría de su época en Bruselas? Porque cuando paseas por el centro de esta ciudad, las hermosas chocolaterías te esperan a cada vuelta de esquina. Deliciosos chocolates en todas sus formas y sabores que se te meten por los ojos y, cayendo en la tentación, un poco más tarde se te meten por la boca para absoluto deleite del alma. Nos es muy familiar sin duda el talento que ella tenía para encontrar escondites inverosímiles para sus tabletas de chocolate —debajo de su cama, en lo alto del gabinete del baño, detrás de la televisión, en el fondo de una antigua maleta…— que nos llevaba días para encontrarlos. Los tres heredamos su gusto, o aprendimos a apreciar el chocolate y nos esforzábamos por dar con ellos dondequiera que estuviesen. Mis hijos, Gisela y Sebastián, también son adeptos a esta delicia…

No puedo terminar sin destacar la simpatía y alegría que caracterizaban su personalidad. Todo el que la conocía admiraba el optimismo y la gracia que ofrecía sin medida. Mis amigos siempre me decían: “tu mamá es adorable, nos narra los cuentos más interesantes y divertidos sobre su vida y además prepara la mejor torta de chocolate del mundo”. Más aún, su generosidad para muchas causas era incondicional como el caso de la tía Lucía de la que se ocupó cotidianamente durante años y hasta sus últimos días.

Estando lejos, agradezco infinitamente a todos los que se dedicaron a cuidarla en la difícil fase final de su vida. Para ustedes y ellos todo mi reconocimiento y gratitud.

Esta vez quisiera completar este breve relato con algunas fotos de su trayectoria junto a nuestro papá y otras de nuestra infancia que guardo aquí en Francia. En Caracas deben haber muchas más y no pierdo la esperanza de regresar algún día para ponerlas todas juntas. Tendría ganas de verlos y abrazarlos y preguntarles tantas cosas… Sólo me quedan los sueños en los que siempre, siempre aparecen y en los que continúo una vida con ellos. Por eso suelo decir que es bueno dormir.

Un fuerte abrazo a los dos,

Helena

Sassenage, 21 de Marzo de 2017